De vez en cuando, los medios de comunicación recogen informaciones que hablan de ataques de perros a niños de corta edad, unas noticias que generan polémica y nos inquietan. La primera reacción de muchos ciudadanos es echarse las manos a la cabeza y, automáticamente y de manera injustificada, culpar al animal de los hechos. Si bien es verdad que sus reacciones son diferentes a las de los humanos y tienen instintos fuertes que pueden llegar a ser incontrolados y desatarse de manera repentina, sus reacciones violentas responden en buena medida a la educación que les hayamos dado. También, a que quizá no les hemos preparado adecuadamente para aceptar al nuevo miembro a la familia.
No cabe duda de que la compañía de un perro es muy beneficiosa para un niño: es su compañero y, además, le genera nuevas amistades y la oportunidad de conversar con las personas que se acercan a hacerle carantoñas al animalito. Además, su cuidado le ayuda a asumir responsabilidades. Por otro lado, también es favorable para el can, sobre todo en su etapa de socialización hasta los tres meses de edad. A partir del contacto con los chavales, se acostumbra a su presencia y a sus juegos, que, a veces, derivan en involuntarias torturas. Los movimientos de los niños son torpes, y lo que quería ser una caricia se convierte en un pellizco o un tirón de pelo. Sin embargo, la situación es bien distinta cuando es el perro el que estaba antes y el que llega a arrebatarle su trono de rey de la casa es el niño.
Sin duda, la llegada de un bebé puede generar problemas de convivencia. Porque, hasta entonces, el perro era el centro de atención, en quien derrochábamos caricias y mimos. Los celos son un reflejo de ese desplazamiento de nuestro cariño hacia el nuevo ser. En algunos casos, la reacción violenta del animal se debe a que no está emocionalmente sano, padece algún trastorno previo y es víctima de una crisis de territorialidad. Un asunto que puede tratarse acudiendo a centros de rehabilitación psicológica canina.
En la gran mayoría de las ocasiones, los celos pueden evitarse con adiestramiento, siempre con anterioridad al nacimiento del niño. Hay que dejarle claro la importancia jerárquica de cada cual, pero sin desterrarle ni mermar las atenciones con las que hasta entonces le colmábamos. Que sea consciente de que hay alguien por encima de él, pero, por supuesto, sin que se sienta menospreciado.
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Los gatos, menos celosos
Los gatos son menos territoriales y son menos afectivos y dependientes que los perros. Así que, en general, no mostrarán celos hacia el recién nacido. Aún así, y como en el caso de los perros, los padres deben educarles para que traten al minino con suavidad y cuidado. Porque, si se ve amenazado, reaccionará de manera violenta. Si le pisan el rabo, aunque haya sido de manera inocente e involuntaria, es probable que el gato responda arañando la pierna al ‘agresor’.
Finalmente, tanto en el caso de perros y gatos como en el de cualquier otra mascota, es fundamental cuidar su higiene, que esté libre de parásitos y al día con su calendario de vacunas para evitar contagios a los más pequeños, siempre más vulnerables. Para tal fin, consulte con nuestros profesionales de
buen,articulo sobre la relacion de los niños y bebes con nuestros perros
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